Las mujeres son sin duda el delicado motor de este mundo, las guías de nuestras acciones, sutiles suspiros que nos llevan a imaginar un mañana maravilloso y lleno de amor. Son nuestra escalera al cielo. Y así como la delicadeza y la belleza son dos características que resumen cualquier descripción que queramos hacer de ellas, alguien tuvo que inventar una prenda de vestir digna de ellas.

El Archipiélago Filipino fue descubierto por Hernando de Magallanes en 1521. En 1543 llegó otra expedición española al mando de Ruy López Villalobos que dio a la isla de Leyte el nombre de Filipina en honor a Felipe II. La obra de la conquista se debió a Miguel López de Legazpi, quien fundó Manila en 1571, puerto de la República de Filipinas situado en la isla Luzón.

En Manila (actual capital de la República y de Luzón, con casi dos millones de habitantes), comenzaron a producirse prendas de uso femenino muy particulares que originariamente procedían de China, las cuales se comenzaron a conocer  con el nombre de Mantones de Manila.

En la segunda mitad del siglo XIX, la Emperatriz María Eugenia de Montijo impuso la moda del mantón, como derivaciones del manto y de la capa. Su uso se divulgó con las características nacionales y gusto por lo oriental y exótico, propios del movimiento romántico vigente en esa época. De esta forma, pasó a ser el encanto de todas las señoras aristocráticas de buen gusto y luego se popularizó.

De inmediato, esta moda proliferó en Madrid y Andalucía, tanto en las corridas de toros, verbenas y bodas como en las demás fiestas al aire libre, usándose sin mantilla, ni otro tocado en la cabeza. Con su uso en España, el mantón de Manila fue fundiendo sus tradicionales motivos orientales (dragones, sapos, aves exóticas, bambú y diversos símbolos chinos) con otros más propios del gusto europeo. Se le incorporaron flores autóctonas dándole a cada una un significado especial: lirio, pureza; margarita, impaciencia; rosa, secreto; girasol, fidelidad. Y finalmente, los motivos europeos desplazaron a los orientales por completo, permitiendo esto en la actualidad distinguir tres etapas notorias en la vida del mantón: oriental, fusión y europea.

Los mantones de Manila no son usados en nuestro país, sin embargo, existen muchas personas que los atesoran como recuerdos de su madre, abuelas o familiares, o por el simple placer de disfrutar de ellos, llegando a existir colecciones de varias decenas.

            Abierta a todas las expresiones culturales de nuestra ciudad, la Casa Ronco (dependiente de la Biblioteca Popular de Azul “Bartolomé J. Ronco”), se vistió de gala para recibir al Centro Gallego de Azul. El pasado domingo 17 del corriente mes se celebró el Día de las Letras Gallegas y con tal motivo se plantearon una serie de actividades que se desarrollaron en varios ambientes de la Casa, incluido el famoso “patio de las camelias”. Y desde entonces permanecen en exhibición más de veinte exquisitos y delicados mantones de Manila, bordados en seda natural, con rejillas y flecos cosidos a mano los cuales denotan el valor de las prendas según su cantidad y extensión. Entre ellos se destacan los dos que pertenecieron a María de las Nieves C. Giménez de Ronco, uno de los cuales se estima el más antiguo de los exhibidos debido a los bordados orientales.

            Mil colores para soñar, mil motivos para no perderse la oportunidad de disfrutar una muestra particular llevada a cabo por la comisión del Centro Gallego, conformada casi en su totalidad por mujeres, que al fin resultan las únicas capaces de deslumbrar a los visitantes con la belleza de tan curiosos y refinados mantones. De martes a sábados de 16 a 20 en San Martín esquina Rivadavia los recuerdos vuelven a marcarnos el camino, y ahora los mantones han de cobijarnos en tan extraño otoño...